Próximo a cruzar la barrera que me separa de aquella preciada (a estas alturas de la vida) juventud, hago una retrospectiva de la sarta de responsabilidades que ello conlleva.
Y siendo bien objetivos, puta que nos asusta tener que responsabilizarnos ahora. En una sociedad que generación tras generación crece tardíamente, que prefiere quedarse con sus padres hasta pasados los 30 años, que colecciona dvd’s con los dibujos animados que amenizaron nuestra infancia, es difícil crecer y entender que este proceso es irreversible.
Cuando tenía 10 años pedía a gritos me dejaran demostrar que no era un cabro chico, que podía asumir responsabilidades, pero ahora, con la obligación de hacerme cargo de ciertas cosas uno añora la época donde no tenías que preocuparte de nada, solo jugar…ah! y de repente estudiar.
Y es que todo pasa por ciclos. Llegando a los 18 años, mi vida era la discotheque, bailar y enganchar con alguna chica, aunque siendo realistas aquello nunca me resultó, es más, era difícil sacar a bailar a alguna, la respuesta siempre fue “no”.
Entonces tenía amigos mayores, que no iban a las discos, sólo a “asados” con los amigos. “Que fome” pensaba yo, conversar con un vaso en la mano, sin bailar, sin la posibilidad de enganchar con una chica… no sé, no me imaginaba en esa. Hasta que un día las discos me comenzaron a aburrir a eso de los 22 años, que me metí en el cuento de los asados, compartir, un carrete más reposado pero no por eso fome. Entonces me dio la del agrandado: con un trabajo estable y buenas lucas en el bolsillo decidí independizarme e irme a vivir con unos amigos a un departamento.
Para mi la independencia era la única forma de madurar y aprender a hacer las cosas de la casa, viviendo con mis padres, si no hacía la cama sabía que alguien más lo haría por mi, pero ahora el cuento sería otro. Si mi padre se vino a vivir a Santiago con 18 años y sobrevivió, por qué yo con 23 años no podría hacer lo mismo?
Así no mas, y los carretes eran cosa de todos los fines de semana, aunque fuimos estrictos en el hecho de no permitir carretes en la semana… bueno, al menos no si no estábamos los tres de acuerdo, mal que mal teníamos que rendir en el trabajo al día siguiente.
Pero pasa el tiempo, las cosas no son eternas y la sociedad debió dividirse dos años después, entonces, con un pololeo de más de dos años en el cuerpo tomé la decisión: “vivamos juntos a ver qué pasa”. Y ahí comencé a tomarle el peso a la responsabilidad misma, los carretes bajaron, porque era mas entretenido pasar el fin de semana con ella sin salir de la cama desde el viernes en la noche al lunes en la mañana que un asado con los amigos.
Sin compromisos, sin ataduras, si las cosas no resultaban se deshacía la sociedad y todo bien, hasta aquí todo relajado, pero llegó el momento “Ups!, vamos a ser padres” y la cosa cambió, porque ahora el sueldo no solo era para vivir, comprar ropa cara y carretear, ahora había que pensar en futuro y eso asusta… asusta mucho.
En si mi proceso fue bien natural, no hubieron cambios bruscos, al menos no de esos que uno no piensa harto antes de tomar la decisión, el problema es que el cuerpo se acostumbra a bajar el ritmo y aunque no lo quieras, las amistades cada vez se ven mas a lo lejos.
Esta semana quise retomar una vieja tradición de hace unos 6 años atrás: carretear en la semana.. y las consecuencias no fueron nada agradables.
Y siendo bien objetivos, puta que nos asusta tener que responsabilizarnos ahora. En una sociedad que generación tras generación crece tardíamente, que prefiere quedarse con sus padres hasta pasados los 30 años, que colecciona dvd’s con los dibujos animados que amenizaron nuestra infancia, es difícil crecer y entender que este proceso es irreversible.
Cuando tenía 10 años pedía a gritos me dejaran demostrar que no era un cabro chico, que podía asumir responsabilidades, pero ahora, con la obligación de hacerme cargo de ciertas cosas uno añora la época donde no tenías que preocuparte de nada, solo jugar…ah! y de repente estudiar.
Y es que todo pasa por ciclos. Llegando a los 18 años, mi vida era la discotheque, bailar y enganchar con alguna chica, aunque siendo realistas aquello nunca me resultó, es más, era difícil sacar a bailar a alguna, la respuesta siempre fue “no”.
Entonces tenía amigos mayores, que no iban a las discos, sólo a “asados” con los amigos. “Que fome” pensaba yo, conversar con un vaso en la mano, sin bailar, sin la posibilidad de enganchar con una chica… no sé, no me imaginaba en esa. Hasta que un día las discos me comenzaron a aburrir a eso de los 22 años, que me metí en el cuento de los asados, compartir, un carrete más reposado pero no por eso fome. Entonces me dio la del agrandado: con un trabajo estable y buenas lucas en el bolsillo decidí independizarme e irme a vivir con unos amigos a un departamento.
Para mi la independencia era la única forma de madurar y aprender a hacer las cosas de la casa, viviendo con mis padres, si no hacía la cama sabía que alguien más lo haría por mi, pero ahora el cuento sería otro. Si mi padre se vino a vivir a Santiago con 18 años y sobrevivió, por qué yo con 23 años no podría hacer lo mismo?
Así no mas, y los carretes eran cosa de todos los fines de semana, aunque fuimos estrictos en el hecho de no permitir carretes en la semana… bueno, al menos no si no estábamos los tres de acuerdo, mal que mal teníamos que rendir en el trabajo al día siguiente.
Pero pasa el tiempo, las cosas no son eternas y la sociedad debió dividirse dos años después, entonces, con un pololeo de más de dos años en el cuerpo tomé la decisión: “vivamos juntos a ver qué pasa”. Y ahí comencé a tomarle el peso a la responsabilidad misma, los carretes bajaron, porque era mas entretenido pasar el fin de semana con ella sin salir de la cama desde el viernes en la noche al lunes en la mañana que un asado con los amigos.
Sin compromisos, sin ataduras, si las cosas no resultaban se deshacía la sociedad y todo bien, hasta aquí todo relajado, pero llegó el momento “Ups!, vamos a ser padres” y la cosa cambió, porque ahora el sueldo no solo era para vivir, comprar ropa cara y carretear, ahora había que pensar en futuro y eso asusta… asusta mucho.
En si mi proceso fue bien natural, no hubieron cambios bruscos, al menos no de esos que uno no piensa harto antes de tomar la decisión, el problema es que el cuerpo se acostumbra a bajar el ritmo y aunque no lo quieras, las amistades cada vez se ven mas a lo lejos.
Esta semana quise retomar una vieja tradición de hace unos 6 años atrás: carretear en la semana.. y las consecuencias no fueron nada agradables.
Una vez con mis compañeros de trabajo de ese entonces estuvimos una semana completa yendo a tomar unos tragos luego del trabajo, llegando a casa cerca de las 2 de la mañana con alcohol en la sangre y cumpliendo a las 8:30 hrs, en el trabajo… con tremenda caña. Comenzamos el Lunes y no paramos hasta el Sábado con un asado.
El Martes la hice otra vez, no fue intencional, solo se dio, me junté con un amigo y las consecuencias al día siguiente fueron fatales: abrí los ojos y como dice un amigo por ahí “un apache maricón saltó y me pegó el hachazo de medio la’o”. Estoicamente me levanté y cumplí al llegar a la hora al trabajo, pero di jugo, no se si mi jefe cachó, pero durante toda la mañana solo gasté oxígeno y dí vueltas las hojas de un lado para otro... cero aporte.
Hoy, si llego a asomarme (por esas vicisitudes de la vida) a una disco, escucho en mi cabeza esa canción que dice “ha salido un nuevo estilo de baile y yo no lo sabía”. Ciertamente estoy des-actualizado y no me importa, el problema es que el tiempo no pasa en vano y el cuerpo ya no responde (en el sentido "carretistico") como antes.
Juventud, divino tesoro…
El Martes la hice otra vez, no fue intencional, solo se dio, me junté con un amigo y las consecuencias al día siguiente fueron fatales: abrí los ojos y como dice un amigo por ahí “un apache maricón saltó y me pegó el hachazo de medio la’o”. Estoicamente me levanté y cumplí al llegar a la hora al trabajo, pero di jugo, no se si mi jefe cachó, pero durante toda la mañana solo gasté oxígeno y dí vueltas las hojas de un lado para otro... cero aporte.
Hoy, si llego a asomarme (por esas vicisitudes de la vida) a una disco, escucho en mi cabeza esa canción que dice “ha salido un nuevo estilo de baile y yo no lo sabía”. Ciertamente estoy des-actualizado y no me importa, el problema es que el tiempo no pasa en vano y el cuerpo ya no responde (en el sentido "carretistico") como antes.
Juventud, divino tesoro…