martes, diciembre 11, 2007

DE ANGELES Y DEMONIOS

Durante el verano del 2002, Saby y yo estábamos pololeando y junto a un amigo y una amiga de él decidimos irnos a veranear en Arica. El hermano de mi amigo vivía allá, por tanto sólo nos debíamos preocupar por llegar. Fue un muy buen verano, del que todavía soñamos con volver a vivir. Quizás para el próximo verano.

Ahora y por asuntos de trabajo, el hermano de mi amigo tuvo que venir a Santiago este fin de semana, entonces organizamos una cena el Viernes para compartir, para presentarle a mi hijo que no conocía, para saber de él y qué ha pasado durante todos estos años en su vida.

Aquel día me llamó mi hermano, resulta que había ido al trabajo en el auto de mi padre, pero por cosas del trabajo debía llevarse una camioneta de vuelta a su casa, entonces me pidió que pasara a buscar el auto de papá y llevármelo, mal que mal, vivo a unas cuadras de la casa paterna.

Si bien el auto de papá es de la misma marca que el mío, todo auto tiene sus mañas, sus cosas propias. El de mi padre tiene los pedales duros y dirección servo asistida, en cambio mi auto tiene la dirección hidráulica, dura y los pedales son mas livianos. Fue por esto que al dejar el auto paterno en su casa, al subirme a mi auto no noté lo extrañamente dura que estaba la dirección, asumí que el manejar el otro automóvil estaba influenciando mi percepción sobre mi propio auto.

Tomé a Vicente y a Saby y cerca de las 21:20 hrs., nos dirigimos rumbo a la casa de mi amigo, en Malloco. Entré por la ruta del Sol en dirección a San Antonio. El viaje no debería durar más de 20 minutos entre Maipú y mi destino final. Mientras iba manejando y a sólo tres minutos de la salida de Malloco noté que la dirección vibraba demasiado, entonces me puse a pensar que era necesario hacerle una alineación y un balanceo al auto, para que dejara de vibrar en carretera.

Yo iba en segunda fila a unos 120 Km/h., y la vibración del volante de pronto fue demasiado, entonces comprendí que uno de los neumáticos había reventado. Fue en fracción de segundos que miré por el retrovisor y notando que no venía nadie a mi derecha, me cambié de pista repentinamente y me hice a la orilla mientras frenaba rápidamente pero sin perder los estribos. La adrenalina del momento me hizo reaccionar de forma correcta y sin pensar demasiado en lo que debía hacer, solo actuar para salvar la situación.

Analizando más tarde lo ocurrido, creo que tuve sangre fría para reaccionar de buena manera ante esa situación límite, pero debo reconocer también que tuve fortuna, puesto que venían vehículos detrás de mí, pero ninguno a mi lado que me obstruyera el cambio de pista y la frenada de emergencia.

Ya detenido el vehículo, nos bajamos con Saby a mirar el neumático. Vicente dormía y ni con el incidente logró despertar. El neumático estaba rajado y seguramente estaba así desde que salimos de casa. Miré hacia arriba y pensé que alguien nos estaba cuidando, eso pudo ser un accidente mayor a todas luces.

Me pregunté si el neumático de repuesto lo había arreglado desde la última vez que pinché y justamente había sido en el neumático delantero derecho aquella ocasión, igual que ahora. Puse los triángulos a unos metros del auto, pero de todas formas no estaba tranquilo, puesto que el incidente había sido en una curva y esto era peligroso pensando que un conductor distraído podría tomar mal el tramo y eventualmente chocar el auto, con Vicente dentro.

Para mi suerte, el de repuesto estaba bueno, aunque sin aire, pero siempre llevo un compresor de aire en el auto, así que lo inflamos rápidamente.

Mientras cambiaba la rueda un recuerdo curioso se me vino a la mente: la primera vez que pinché una rueda, fue mi difunta amiga Sylvia quién me enseñó cómo se cambiaba un neumático. Ahora me quedaba claro que fue ella quién nos protegió para que nada nos pasara en este momento.

Tras veinte minutos retomamos el camino rumbo a la casa de mi amigo. Fue una buena velada. Cenamos, nos reímos un montón y luego volvimos por la misma ruta, esperando que ahora no tuviéramos algún percance y llegáramos sin novedad a casa. Y así fue finalmente.




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Es curioso, pero en estas fechas mis demonios internos comienzan a acecharme. Llegando Diciembre el sentimiento de culpa se apodera de mi persona, casi como una condena, como si fuese parte de una especie de estación temporal, así como lo es el verano.

He cometido errores en mi vida, bueno, quién no? El problema es que con algunos hasta el día de hoy me arrepiento. En fin, mal que mal soy una persona corriente, con virtudes y defectos, por tanto cometer errores es algo que va incluido en el paquete que te ofrecen al llegar a esta vida. El tema es que según la estructura moral de cada uno, esa estructura que te enseñan tus padres mientras vas creciendo, existen algunos errores que son más perdonables que otros, pero algunas culpas, aún cuándo ya han sido olvidadas en el inconciente colectivo o aún más, perdonados por la persona afectada, te persiguen por mucho tiempo y no te dejan perdonarte a ti mismo haber cometido el error.

Unas de las cosas de las que me arrepiento hasta el día de hoy ocurrió hace 9 años. Hacía pocos meses que me encontraba solo tras una desilusión amorosa, tan fuerte que me hizo pensar que todas las mujeres eran unas malvadas, que no debía volver a abrir mi corazón, que no debía volver a confiar en ellas. Pero ocurrió que luego de una reunión de ex - alumnos del liceo, comencé a frecuentar a una chica de otro curso, con la que nunca había conversado mientras estuve en el colegio, pero ahora había una conexión que fue mutua desde el primer momento.

Para mi adentro pensé que “Otro clavo” sacaría el anterior y que sanarían mis heridas con esta nueva relación. Así pasó al principio, el estado de enamoramiento me hizo olvidar que había prometido no dar más oportunidades a las féminas y todo iba muy bien. Ella era una chica demasiado simpática y de un corazón noble, pero luego comprendí que esto era una ilusión pasajera y que yo no estaba aún preparado para una nueva relación, comencé a mirarla como una amiga y no como una compañera, entonces decidí que debía terminar la relación, que ella no se merecía cargar con mis trancas, que debía sanar primero mis heridas y luego volver a intentar comenzar una relación, pero ahora no era el momento y sólo la haría sufrir.

Fui un día de Noviembre a su casa a despedirme, a contarle todo, explicarle por qué no podía abrirme totalmente a esta relación y hacerle entender que esto no tenía nada que ver con ella, que debía resolver mis problemas primero y prefería dejar esta relación en amistad. Pero ella se comportó de una forma especialmente cariñosa aquella tarde y no fui capaz de decirle nada, no podía romperle el corazón así de cuajo cuando ella pensaba que todo funcionaba bien entre nosotros. Entonces me despedí en el paradero y me fui a casa. Las siguientes semanas no aparecí por su casa, es más, cada vez que sonaba el teléfono yo no contestaba pensando que podía ser ella y entonces cómo le explicaría mi repentina desaparición? Le pedí varias veces a mi hermana que contestara y mintiera por mí, que no estaba, que dejara recado.

Al cabo de mes y medio me bajaron las culpas, osea, siempre las tuve pero fueron intensificando su poder con el correr de los días. Ella no merecía esto, yo debía de armarme de valor y contarle todo, no esperaba con esto salvarme de las penas de infierno, pero si demostrarle que nada de esto era culpa de ella, que no había otra mujer ni nada por el estilo, que eran mis fantasmas los que no me dejaban ser feliz en ese momento de mi vida. Pero luego caí en que había dejado pasar mucho tiempo, qué le importaría a ella mis explicaciones a esa altura del partido? Mis palabras no le devolverían las lágrimas derramadas durante este tiempo tratando de entender qué hizo mal para que yo me alejara.

Pasó el tiempo y por un amigo me enteré que todo su curso se enteró lo poco hombre que yo había sido, pero no me quedaba otra que agachar el moño y aceptar que carecí de hombría para explicarle cara a cara la situación.

Pasaron años, creo que unos 2 al menos, yo me había cambiado de casa, al sector dónde hoy vivo y estaba en un paradero en el centro de Santiago conversando con una amiga que también vivía cerca de mi casa. En esto la veo a ella, sentada en el paradero esperando micro y con un abultado vientre. Ella al parecer no me vio o se hizo la loca, el caso es que llegó el bus que nos servía a mi amiga y a mi… y a ella también. Subió, se sentó y mi amiga subió detrás y se sentó dos asientos después que ella. Yo subí, ella me miró y decidí saludarla y quedarme conversando de pié junto a ella. Le pregunté por su vida, como si fuéramos dos simples amigos que se encuentran después de muchos años. Ella me contó que estaba casada y que vivía cerca de mi casa y esperaba su primer hijo. Yo un poco incómodo traté de no demostrar que me había metido en una situación complicada y me mostré distendido durante todo el trayecto que duraba alrededor de cuarenta minutos. No fui capaz aquella vez de contarle por qué me alejé, tampoco era la ocasión creo yo, ella al menos no hizo ninguna referencia a aquella época. Se bajó y nos despedimos y yo seguí junto a mi amiga el camino a casa que duraba unos minutos más allá.

Fui un poco hombre y hasta el día de hoy eso me duele, aún sabiendo que ella rehizo su vida y ahora es feliz. Los demonios internos se encargan cada cierto tiempo de recordármela caminando por la calle y que no puedo volver a esconderme como una avestruz ante situaciones complejas.


Otra de las culpas que no me puedo sacar de la cabeza sucedió hace 4 años. Era mediados de Noviembre y yo trabajaba en una fábrica de containers como contador general. El maestro eléctrico de la empresa había sido finiquitado por un mal entendido al interior de la empresa, entonces pusieron un aviso en la municipalidad de Maipú buscando un nuevo eléctrico. Al rato llegó un tipo. Nos pareció raro que tan pronto llegaran por el aviso, pero como nadie más llegó el tipo se quedó con el trabajo. Luego nos enteramos que finalmente él era amigo de la persona encargada de colocar el anuncio, por tanto no fue difícil llegar a la conclusión de que jamás pusieron el aviso, por eso sólo había llegado él.

Llegó el pago quincenal y los trabajadores de producción ganaban según la producción que tuvieran, es decir, no tenían sueldo fijo. El eléctrico fue uno de los últimos en pasar a pagarse a mi oficina. Por lo general no era yo el encargado de pagar, pero aquella vez ninguno de los dueños estaba en la empresa al finalizar el día y la persona encargada de pagar tampoco estaba, así que me pasaron la responsabilidad a mi. Cuándo le pasé el listado de su producción comenzó a reclamar que eso no era lo que él había hecho, que le debían dinero. Le pedí que se calmara, que no había ninguno de los dueños para aclarar la situación y que lo mejor es que firmara el recibo y se fuera a casa con lo que le estaban pagando y revisara la situación el Lunes, pero él entró en cólera y comenzó a despotricar contra la empresa, que le “habían dicho que los tipos eran unos sinvergüenzas, pero no pensaba que tanto”, entonces le pedí que no siguiera hablando así, porque de otro modo no me quedaría mas remedio que decirles a los jefes el Lunes las cosas que me estaba diciendo a mi. Pero él no razonaba, no quería firmar. Tras algunos minutos de discusión finalmente firmó, tomó su dinero y salió pateando y maldiciendo. Lo que él y yo no sabíamos del caso es que por norma los trabajos de la última semana quedaban adentro para efectos del pago, pasando para el próximo periodo, ese era el dinero que el tipo reclamaba como faltante y por el que se armó todo este lío.


Yo no quise hablar de esto con nadie aquel día, puesto que asumí que era momentáneo su enojo, el problema es que yo no era la persona idónea para recibir esos gritos, estos descargos, yo era el contador de la empresa y por ende se me debía de respetar, tal como lo hacían los demás maestros de la empresa con muchos más años de antigüedad que este tipo, que dicho sea de paso tenía un genio bastante extraño.

El lunes siguiente llegué a la empresa, él también y venía muy dócil. Al rato me llega la orden del jefe de producción (que era uno de los dueños) de adelantarle ese día cien mil pesos al eléctrico, justamente el dinero por el que tuvimos el encontrón el viernes anterior. Yo no podía creer que el tipo fuera tan tránsfuga de pedir un adelanto, de ponerle caritas al tipo al que había maldecido días atrás, entonces estando con el junior tuve el siguiente diálogo:

-“Las cagó este wn!”-
-“Por qué”-
me preguntó.
-“Porque el muy imbécil habló mal de los jefes, los trató de sinvergüenzas el viernes!”-
respondí mientras le contaba lo que había pasado.

Básicamente mi enojo pasaba por lo caradura que había sido el tipo conmigo, pero con ellos era muy condescendiente. El junior partió a contarles a los jefes lo que yo le había contado. Al rato entró de sopetón y casi llorando el eléctrico a enrostrarme el que hubiese contado lo que había pasado, estaba furioso y yo pensé que se me tiraría encima y a golpes. Se retiró luego de decirme que estaba dejando a una familia sin ingresos, sobretodo encima de la navidad, que debía de haber pensado en sus hijos antes de haber hablado. Tras él entró enojado uno de los dueños de la empresa, que era un desleal con él, que yo debí de haber contado en cuánto llegué ese día lo que había pasado el viernes anterior, que nadie de sus trabajadores puede tratarlos de sinvergüenzas y seguir laborando en aquel lugar. Me dijo que no podía volver a ocultar cosas de esa magnitud si quería seguir trabajando allí, yo era persona de confianza y esto era para él una traición.

Lo bueno entre todo aquello fue que el eléctrico que fue despedido anteriormente por un mal entendido pudo volver, pero la culpa que sentí por haber sido en parte responsable de aquel nuevo despido, de dejar a una familia sin trabajo me sigue aún hoy. Lamentablemente ocupo un puesto de confianza en las empresas en las que me desempeño, por tanto debo tener cuidado en los comentarios que hago, porque puedo perjudicar a alguien en mi actuar.


Sin lugar a dudas la culpa más grande me persigue desde hace 12 años, esa es la que en definitiva me pone sensible en Diciembre, es la que no me deja tranquilo.

Era Diciembre de 1995. Mi abuela materna se encontraba muy enferma. Desde hace 10 años cargaba con un cáncer a la mama que la tenía convertida a sus 58 años en una abuela de 80. En un principio le diagnosticaron unos cuántos meses de vida, ella se quiso morir enseguida con esa sentencia. Sólo tenía 48 años y ya no tenía esperanzas de vida. Durante los 80’s tener cáncer era sinónimo de muerte segura, hoy en día tiene solución, pero no en aquella época.

Aún así mi abuela se sometió a todos los tratamientos a los que tuvo acceso para frenar el cáncer, para prolongar su existencia, para vernos crecer y aferrarse lo más posible a la vida. Fue un a mujer fuerte que soportó todas las quimioterapias que fueron necesarias, que tuvo que soportar la pena de ver caer su pelo, que durante ese periodo perdió la audición casi por completo.

Yo no era muy apegado a ella, tampoco ella sentía gran afinidad hacía mi y ciertamente nada de simpatía hacia mi hermana menor, puesto que ella era racista y mi hermana era morena, versus mi trigueña figura y el rubio de mi hermano, que era su regalón. Lamentablemente conforme fue creciendo mi hermano comenzó a alejarse de ella, como si le produjera cierta repulsión ver tan a mal traer a mi abuela.

Ella, hacia el final de su existencia notó que mi hermano no merecía todas las preferencias que ella le otorgaba, entonces comenzó a tomarme más cariño, a convertirme en su nuevo regalón y a aceptar de cierta forma a mi hermana. Él pasó a ser su nieto menos querido. Yo ya tenía dieciocho años para aquel momento, por tanto sus mimos ya no me parecían nada especial, me lo tomaba con ligereza y no me sentía más que mis hermanos ante ella.

Con los años se puso más complicada, ya sin audición era irascible con mucha facilidad, por tanto no aceptó los cuidados de una extraña contratada por mi madre y la echó a los días de comenzar a trabajar en nuestra casa. Era penoso ver a mi mamá, trabajaba como cajera de supermercado en aquella fecha y no podía atender a mi abuela como correspondía para que tomara sus medicamentos o para hacerle la comida, ella era una verdadera guagua a esas alturas, y tampoco ponía de su parte para que las cosas resultaran en la casa.

En algún momento mi madre, viendo que no podía cuidarla como necesitaba, tomó la decisión que no quería, la que mi abuela había pedido tantas veces no tomaran por ella: internarla en un hogar de adultos.

Ella ya no razonaba correctamente, hasta se le había “corrido una teja” en estos tiempos. Estuvo algunos meses en el hogar de cristo, ayudado un poco por los contactos que teníamos al interior de la institución ya que los padres de mi abuela que aún vivían en aquel entonces (hoy sólo queda mi bisabuelo vivo) habían trabajado en el hogar a cargo de una casa de niños en riesgo social.

Al poco tiempo mi abuela logró salir, ya que a nadie podían tenerla contra su voluntad en el hogar y ella volvió a su departamento. La relación se hizo insostenible en casa y tras varias peleas entre ella y mi madre, mis padres decidieron dejarla sola y cambiarnos de casa, unas cuadras de allí, por un tema de sanidad mental. La terquedad de mi abuela fue más que su necesidad de ser atendida para sobrevivir. Creo que mis padres debieron ser sindicados como unos inconcientes por los vecinos por dejarla sola en su estado, que mentalmente no era el mejor y de salud para qué decir, parecía un cadáver en vida por lo flaca que estaba, pero para mi mamá no era sano seguir con ella, la volvía loca y podría perder el trabajo si no salía de allí.

A los pocos meses mi abuela cayó en crisis y hubo que volver a internarla en el hogar de cristo. Por mi parte, hacía pocos días que había salido de cuarto medio y mi abuela no pudo verme con mi licencia en la mano, aquello dolió. Entonces mi madre me llama urgente: Le habían dado solo unas horas de vida a mi abuela. Tomé a mi hermana que tenía por aquel entonces doce años y a mi hermano que tenía diecisiete y partimos rumbo al hogar de cristo. Mauricio no quería ir, nunca quiso saber nada que tuviera que ver con ella, pero lo obligué, esta podía ser la última vez que la viéramos con vida.

Al llegar ella ya había fallecido. Era un 26 de Diciembre de 1995. Todas sus hermanas estuvieron con ella en sus últimos suspiros, mi madre también. Creo que mi abuela le pidió perdón por todo el mal que le había causado, luego dejó de respirar. Mamá estaba destrozada pensando si no había sido una mala hija con todo lo que pasó. Sus tías la consolaban, había hecho lo que estaba a su alcance por cuidarle de la manera que ella necesitaba.

Lo triste era que mi abuela siempre dijo que no era así como quería morir, en un asilo, ella, de morir lo quería hacer en su departamento y nosotros no pudimos darle ese gusto.

Yo debía de dar la PAA por esos días (la PSU de ahora) y con la pena no estudié nada. El día de la primera prueba coincidió con el funeral de mi abuela. Conversé con mis padres y ellos me dijeron que no me preocupara, que la prueba y en definitiva mi futuro era lo más importante, que diera la prueba. Pero al final para mi era una especie de escape, no quería ir al funeral. Mi hermano no tenía la misma opción, él debía ir, pero tampoco fue. Nunca supe el por qué.

Tiempo después analicé la situación y caí en que la prueba no era importante, nada me estaba jugando, no pretendía postular a nada, sólo la hacía para saber cómo estaban mis conocimientos. El funeral era más importante y yo no estuve ahí. Me he culpado todo este tiempo por no haberla acompañado en su ultimo viaje, haberla despedido como corresponde. Nunca la he ido a ver. Por motivo de otras muertes en la familia he vuelto a su tumba, pero nunca específicamente para verle a ella.

Diciembre y todos mis demonios me vuelven a recordar que soy imperfecto. Es la culpa la que me persigue.

Espero algún día perdonarme por no haber sido un hombre cuando correspondía. Perdonarme por haber dejado a una familia sin el sustento en una época del año complicada. Perdonarme por no haber estado allí con la familia cuando debía.

Pecador... por mi culpa, por mi gran culpa...