LA MALDICION DEL CIGÜEÑAL
“La historia que os relato
Es la historia de un viaje que no resultó ser nada grato,
Y que de no ser por la fortuna y el buen tino,
Probablemente no habríamos llegado a buen destino”
Es la historia de un viaje que no resultó ser nada grato,
Y que de no ser por la fortuna y el buen tino,
Probablemente no habríamos llegado a buen destino”
¿Por dónde comenzar? Creo que la lógica me diría que por el comienzo, ¿cierto?, pero, ¿por cuál comienzo? ¿Por mi nacimiento? Ciertamente es un comienzo un tanto alejado y largo de contar desde aquel punto a este en particular y también es cierto que mucho pasajes de esa historia no viene al caso de lo que os quiero relatar, por tanto creo será mejor comenzar por el día en que decidí planear mis merecidas vacaciones.
No fue sino hasta los primeros días de Diciembre en que caí en cuenta que debía planificar la fecha y el destino de mis días de descanso, por tanto con mucha seguridad (esto como una manera de imponer mi pensar al respecto) me dirigí a las oficinas de mi superior y osé fijar mis días para la segunda quincena de Enero y por un periodo de dos semanas.
A la luz de lo observado en el verano pasado, dónde no tenía derecho a vacaciones (aún cuando me fueron ofrecidas a sabiendas que no me correspondían y las que finalmente deseché) y pude notar que mi superior gustaba del mes de Febrero, dónde tuve (recién llegado) que ocupar en carácter de sub-rogante su lugar (y bien que ordené la casa durante mi mandato!), analicé pues que Enero era la fecha propicia para mi descanso y que estas no serían un trastorno, puesto que es un periodo bajo en lo que a carga laboral en mi sector se refiere.
Así pues, con la aceptación del periodo solicitado, lo primero que se nos vino a la cabeza fue “Pichilemu”, paraje que me es bastante deseado tanto por su tranquilidad en las calles del poblado como su mixtura de playa y campo a la vez. Sin embargo, días después de este acontecimiento y tras conversar con la familia en pleno, notamos que tanto mi hermana, como mi madre y su hermana (y también mi hermano, pero él es caso aparte, se está integrando pero no lo presionemos!) estábamos coincidiendo en la fecha de vacaciones y en un plan que quizás se pensaría descabellado al principio, la propuesta de juntarnos todos y buscar un norte en común (y valla que buscamos el norte!) resultó ser la mejor de las ideas y así Pichilemu quedó supeditada a las fallas que el plan familiar pudiese sufrir durante el mes que antecedía a nuestros descansos, algo así a un plan “B” en caso de abortar la misión.
Fue así que tras conversaciones aquí y allá, tirando líneas, modificando y calculando todo lo que se hubiese de gastar en tal empresa, llegamos a la conclusión que todos estábamos en condiciones de aportar nuestra parte y partir hacía el destino en común: “Los Vilos”.
Hacía poco que el auto había pasado por las manos del mecánico de cabecera, ya que mi idea era pasar por la revisión técnica antes de partir y en parte salir de Santiago seguro de que no fallaría en el camino. La mañana del Sábado anterior a la partida (esto sería el Lunes 14) en efecto habría de dirigirme a la revisión anual, pero “Oh!” cual sería mi sorpresa al llegar al lugar y notar una hilera de vehículos que daba la vuelta a la manzana para entrar a la revisión. Desilusionado y jurando que esto no se quedaría así y que volvería luego de mis merecidas vacaciones, volví a casa.
Llegó así el mentado día, el día en el que el reloj despertador sonaría pero no para ir a trabajar, sino para aventurarnos en un viaje con destino conocido. Paradojalmente este día habría de levantarme más temprano que en un día ordinario (y con esto no quiero despreciar a los demás días del año calendario), puesto que la organización de los diferentes grupos familiares habían decidido (muy a mi pesar) partir al alba para llegar durante la mañana al destino y buscar una casa que nos acogiera durante nuestra estadía, cosa que resulta una historia aparte, verán: El verano pasado mi hermana arrendó una casa en el litoral central de acuerdo a datos que encontró vía Internet y ya sabemos que el papel (o en este caso los bites) aguanta mucho. ¿El resultado? Quedó decepcionada de lo que arrendó porque las fotos mostradas por Internet no eran del todo claras en cuanto al entorno del recinto ni a la privacidad, en síntesis se sintió en parte estafada por el precio. Dados estos antecedentes mi sugerencia al respecto fue el de llegar allá y buscar con tiempo una casa que fuera por todos aceptada.
La cosa es que todo iba “viento en popa”, como es de suponer y de esperar. Éramos diez en total: Mi madre, mi hermana, su hijo, mi tía, su marido, mis dos primas adolescentes, mi señora, mi hijo y yo. Al final del asunto mi auto y el de mi padre fueron dispuestos para la aventura en cuestión, entonces vino una de las decisiones más trascendentales del viaje: Quién iría delante del otro en la carretera. La resolución final fue que yo los secundaría en la ruta, decisión que a la postre resultó ser una muy mala determinación, como ya veréis mas adelante.
Durante el camino, mi tío notaba que en las cuestas mi auto se quedaba atrás mientras él subía sin ningún problema, tema que él (y que yo por cierto) atribuía al hecho que el vehículo que conducía era de una cilindrada que superaba por 500 al mío. Este comentario fue el que le mencionó a mi madre (que iba con ellos) mientras corría a no mas de 100 km/h como acordamos antes de partir (aunque la verdad sea dicha él no la respetó a cabalidad en el transcurso del viaje). Por mi parte y al pasar por fuera del poblado de “El melón” comencé a notar algo extraño en el auto y es que si pisaba a fondo el acelerador el auto tendía a “chuparse”, pero no le di mayor importancia en su momento, pero al cabo de unos minutos, a eso de las 9:30 hrs. en la cuesta anterior al peaje de “El Melón” el auto comenzó a perder fuerza y fue así como bajé a cuarta y luego a tercera y posteriormente a segunda y seguía perdiendo fuerza y en ese momento advertí que no pasaría esa cuesta, razón por la cuál me hice a un lado y estacioné en la verma en el kilómetro 127.
En un principio las sospechas recayeron directamente sobre un recalentamiento del motor, lo que me hizo llamar vía celular (bendito invento del hombre!) al mecánico para que remotamente me socorriera en esta desventura. De acuerdo a mis indicaciones del problema su diagnostico fue igual al que habíamos determinado nosotros, por tanto la recomendación fue dejar el auto unos 20 minutos en reposo y luego retomar el viaje.
Mientras tanto, mi tío, mi madre, mi tía y sus hijas ya habían pasado el peaje y decidieron hacerse a un lado a esperar que yo apareciera por el pórtico de pagos, más no dejó de extrañarles que me tomara tanto tiempo subir la cuesta anterior. Fue entonces que recibieron uno de mis llamados alertando del problema en el que me encontraba y que esperasen a que retomara el camino. Tras esperar un tiempo razonable intenté en vano seguir, si bien el motor prendía y parecía no tener problemas, al momento de pedirle que se moviera este no reaccionaba. Entonces un segundo llamado fue recibido en el otro auto solicitando su ayuda, razón por la cual debieron devolverse y volver a pagar el peaje respectivo.
Una vez llegados, mi tío hizo el amague de mirar al interior del motor como si de esto algo entendiera, una idea que tontamente tenía en mi cabeza, más no tardó en sacarme de mi error al decirme que para él los temas mecánicos eran tan equivalentes al “japonés” como lo eran para mí, lo que en rigor no era tan alejado de la realidad considerando que el auto era de dicha nacionalidad.
Ante esta disyuntiva y tras un pequeño alto en el camino para disfrutar de una merienda, la decisión fue remolcar con el auto de mis padres el mío hasta “La Ligua” y allí revisar con un mecánico cual era el daño y cómo repararlo.
Tras discutir el problema con la encargada del cobro del peaje, esta no nos autorizó a no pagar nuevamente por pasar, aún cuando le advertimos y demostramos que había pasado algún tiempo atrás por allí y ahora me remolcaban. Otra vez el peaje aquel. Anduvimos un rato y en la primera salida que mi tío encontró salió de la ruta pensando que era la entrada a “La Ligua” mas no era así y estábamos en Catapilco, unos 15 kilómetros antes. Ya allí preguntamos por un mecánico y luego de un rato dimos con uno, pero no estaba en su casa, sino en Santiago aquella mañana. Preguntamos por una segunda opción y tampoco encontramos nada y tras conversar con una vendedora de frutas del lugar, habríamos de saber que una gran parte del pueblo era “Testigo de Jehová”, razón por la que no trabajaban los Lunes (DUH!). Al pasar por fuera de la comisaría, un carabinero nos recomendó ir hasta la Ligua, ya que los mecánicos del sector no eran del todo “católicos” (DUH! Al cuadrado), pero el hecho de volver a la autopista y tirar el auto por 15 kilómetros más nos hizo insistir y fue así como nos sugirió adentrarnos 2 kilómetros en el pueblo y buscar mecánicos con mayor experiencia.
La fortuna comenzó inesperadamente a volcarse a nuestro favor. Ya para ese entonces daban las 13:00 hrs. En el Chile Continental y mi ánimo cada vez más bajo al punto de querer desear volver a la ciudad de la que tanto esperaba partir, pero aquello implicaba dejar sin vacaciones al resto de la familia (mi hijo incluido) por tanto desistí de aquellos pesimistas pensamientos y seguimos adelante. Encontramos pues un mecánico al fin, pero no tenía tiempo para ver el auto ni las máquinas adecuadas, así que tras un rápido vistazo nos dijo que la falla probablemente fuese eléctrica y que fuéramos definitivamente a la Ligua.
Al llegar al poblado de los dulces y los chalecos, dimos con un mecánico que parecía ser el indicado, pero ya daban las 14:30 hrs y estaba cerrando para ir a almorzar, por tanto si queríamos sus servicios debíamos volver a las 16:00 hrs. Metros más allá una vulcanización pareció ser nuestra salvación y en efecto así lo fue.
Tardó 30 minutos en almorzar, transcurso de tiempo que sirvió para que la familia en pleno se adentrase aún más en el poblado para buscar el almuerzo, unas empanadas para apalear el hambre mientras no se arreglase el problema. Fueron todos a excepción de mi sobrino, quién libró su propia aventura junto a unos “Max Steel”, mientras yo cerraba los ojos algunos momentos y de paso recargaba energías.
Lo que aconteció después fue la revisión de la correa de distribución, que pareció ser el meollo del asunto y claro, un engranaje era el problema, estaba gastado y éste no le entregaba la información al motor para que tomara fuerza y acelerara. Aquí se definió otro asunto: El repuesto no se encontraba en este pueblo, sino en La Calera, 70 kilómetros hacia Santiago. Tomé el auto de mi padre y dejé allí a todos y me embarqué en solitario hacia esta nueva desventura, cansado y malhumorado por la pérdida de tiempo, porque debíamos estar disfrutando del sol y la playa a estas horas del día.
Otro peaje más en “El Melón”. Aquella tarde ese auto ganó el premio al “cliente del mes”.
Ya en La Calera, 30 minutos después, noté que mi celular lo había dejado en el otro auto, por tal razón me encontraba incomunicado, Oh! Cuán cerca me sentí de entender al pobre de Jack y compañía!.
Encontré sin querer el celular antiguo de mi madre y esperanzado en que alguien notaría esto, me bajé con él en los bolsillos a preguntar por el repuesto (el malo lo traía en la mano). Primer local: No, “piñones” no trabajaba de la marca Daewoo. Aquello me hizo pensar que el nombre de la pieza era “piñón” y con esta convicción seguí adelante en mi nueva empresa. Tras preguntar en 5 distintos lugares de las tres cuadras que representaban el comercio de repuestos de autos en aquella ciudad, al fin di con uno y esto fue lo que pasó tras 10 minutos de espera a que me atendieran:
-Buenas tardes señorita, ando en busca de un “piñón” para un Daewoo Lanos- mientras le mostraba la pieza en cuestión.
-Ahhhh!, pero sabe qué? Eso no es na’ un piñón, es un “cigüeñal”!-
En aquel momento puse cara de circunstancia, mi verdad absoluta había sido puesta en “jaque”. Nunca el mecánico mencionó el nombre de aquel repuesto, sino que solamente me lo pasó y que le trajera otro igual a ese y el vendedor del primer local me dijo que era un “Piñón” y ciertamente (y no es por ser machista) mi instinto me decía que el vendedor estaba en lo correcto.
-Como sea que se llame, ¿Tiene el repuesto de esto?-
-Aers?- fue hacia la bodega y volvió con un repuesto de General Motors –Aers, veamossss… uno, dos,… catorce! Y este otro? Dos, cuatro… catorce dientes también!- mientras yo la admiraba por sus conocimientos en mecánica general –el diámetro es el mesmo, si! Este es el repuesto que usted está buscando!- me dijo con una convicción absoluta –De todos modos si no fuera puede venirs con la boleta y cambiarlo…-
-Ciertamente espero no tener que volver desde La Ligua, muchas gracias-
Luego de esta clase magistral de “mecánica uno”, quedé con la idea de que el repuesto era conocido efectivamente como “piñón”. Más tarde, al contar esta historia a mi tío, este me diría que el cigüeñal era el mecanismo del cual ese repuesto era parte, pero como ya dijimos líneas atrás (y varias para ser sinceros) su conocimiento de mecánica es igual o menor que el que yo ostento, así que habría de seguir por mucho tiempo con la duda al respecto.
Lo que aconteció durante mi ausencia es un tema del que no supe y que no quise tampoco saber, más os contaré que tras comprar el famoso repuesto busqué en vano un teléfono público para llamar a alguno de mis parientes varados en La Ligua y avisar que tenía el celular de mi madre (que no tenía minutos para llamar) y me pudieran ubicar en caso de necesitar algo más de La Calera antes de volver con ellos. Para aquel entonces ya eran las 16:30 hrs.
De vuelta en La Ligua (y de vuelta por el peaje famoso), tuvimos que esperar cierto rato para que el mecánico y todo su “Staff” terminaran lo que estaban haciendo y se juntaran cual “emergency room” a revisar a mi enfermito. Así pues, no fue sino hasta las 17:30 hrs. que no se dignaron a arreglar mi auto. Tras 30 minutos lograron hacerlo funcionar de manera que a primera vista parecía correcta, claro que hoy, una semana después aquello no me parece ciertamente. El chiste me costaría $20.000.- un alto precio por salir del apuro y correr (casi encolerizado) a los Vilos y comenzar a vivir las verdaderas vacaciones.
18:00 hrs y cual Eliseo Salazar tomé la 5 norte a no menos de 120 km/h. Esta vez sería yo quien iría delante por si otra complicación amenazara nuestro viaje “al infinito y más allá”. Finalmente esto no sucedió y cerca de las 19:30 hrs., estábamos llegando al poblado, no sin antes hacer un alto en la estación de servicios de la ruta para comprar algunas cosillas.
Con el atardecer a cuestas, no eran muchas las opciones a las que podíamos acceder, tampoco hacernos los interesantes, sólo queríamos encontrar una casa pronto y en un caso en particular, simple y sencillamente caer tirado en la cama y que ese maldito día terminase de una buena vez. Afortunadamente a la segunda intentona encontramos una casa acogedora y por un valor menor al que habíamos presupuestado. Algo bueno que sacásemos de aquella aventura.
Podemos decir en el epílogo de esta historia que los días que le siguieron a ese primer día de vacaciones fueron los más relajados y descansados de los últimos dos años de esta cruel y desdichada existencia y que la vuelta a la realidad de Santiago estuvo exenta de problemas, aún cuando demorásemos diez horas en llegar, pero aquello será tema de otra historia, de otro tiempo y otra distorsionada realidad.
No fue sino hasta los primeros días de Diciembre en que caí en cuenta que debía planificar la fecha y el destino de mis días de descanso, por tanto con mucha seguridad (esto como una manera de imponer mi pensar al respecto) me dirigí a las oficinas de mi superior y osé fijar mis días para la segunda quincena de Enero y por un periodo de dos semanas.
A la luz de lo observado en el verano pasado, dónde no tenía derecho a vacaciones (aún cuando me fueron ofrecidas a sabiendas que no me correspondían y las que finalmente deseché) y pude notar que mi superior gustaba del mes de Febrero, dónde tuve (recién llegado) que ocupar en carácter de sub-rogante su lugar (y bien que ordené la casa durante mi mandato!), analicé pues que Enero era la fecha propicia para mi descanso y que estas no serían un trastorno, puesto que es un periodo bajo en lo que a carga laboral en mi sector se refiere.
Así pues, con la aceptación del periodo solicitado, lo primero que se nos vino a la cabeza fue “Pichilemu”, paraje que me es bastante deseado tanto por su tranquilidad en las calles del poblado como su mixtura de playa y campo a la vez. Sin embargo, días después de este acontecimiento y tras conversar con la familia en pleno, notamos que tanto mi hermana, como mi madre y su hermana (y también mi hermano, pero él es caso aparte, se está integrando pero no lo presionemos!) estábamos coincidiendo en la fecha de vacaciones y en un plan que quizás se pensaría descabellado al principio, la propuesta de juntarnos todos y buscar un norte en común (y valla que buscamos el norte!) resultó ser la mejor de las ideas y así Pichilemu quedó supeditada a las fallas que el plan familiar pudiese sufrir durante el mes que antecedía a nuestros descansos, algo así a un plan “B” en caso de abortar la misión.
Fue así que tras conversaciones aquí y allá, tirando líneas, modificando y calculando todo lo que se hubiese de gastar en tal empresa, llegamos a la conclusión que todos estábamos en condiciones de aportar nuestra parte y partir hacía el destino en común: “Los Vilos”.
Hacía poco que el auto había pasado por las manos del mecánico de cabecera, ya que mi idea era pasar por la revisión técnica antes de partir y en parte salir de Santiago seguro de que no fallaría en el camino. La mañana del Sábado anterior a la partida (esto sería el Lunes 14) en efecto habría de dirigirme a la revisión anual, pero “Oh!” cual sería mi sorpresa al llegar al lugar y notar una hilera de vehículos que daba la vuelta a la manzana para entrar a la revisión. Desilusionado y jurando que esto no se quedaría así y que volvería luego de mis merecidas vacaciones, volví a casa.
Llegó así el mentado día, el día en el que el reloj despertador sonaría pero no para ir a trabajar, sino para aventurarnos en un viaje con destino conocido. Paradojalmente este día habría de levantarme más temprano que en un día ordinario (y con esto no quiero despreciar a los demás días del año calendario), puesto que la organización de los diferentes grupos familiares habían decidido (muy a mi pesar) partir al alba para llegar durante la mañana al destino y buscar una casa que nos acogiera durante nuestra estadía, cosa que resulta una historia aparte, verán: El verano pasado mi hermana arrendó una casa en el litoral central de acuerdo a datos que encontró vía Internet y ya sabemos que el papel (o en este caso los bites) aguanta mucho. ¿El resultado? Quedó decepcionada de lo que arrendó porque las fotos mostradas por Internet no eran del todo claras en cuanto al entorno del recinto ni a la privacidad, en síntesis se sintió en parte estafada por el precio. Dados estos antecedentes mi sugerencia al respecto fue el de llegar allá y buscar con tiempo una casa que fuera por todos aceptada.
La cosa es que todo iba “viento en popa”, como es de suponer y de esperar. Éramos diez en total: Mi madre, mi hermana, su hijo, mi tía, su marido, mis dos primas adolescentes, mi señora, mi hijo y yo. Al final del asunto mi auto y el de mi padre fueron dispuestos para la aventura en cuestión, entonces vino una de las decisiones más trascendentales del viaje: Quién iría delante del otro en la carretera. La resolución final fue que yo los secundaría en la ruta, decisión que a la postre resultó ser una muy mala determinación, como ya veréis mas adelante.
Durante el camino, mi tío notaba que en las cuestas mi auto se quedaba atrás mientras él subía sin ningún problema, tema que él (y que yo por cierto) atribuía al hecho que el vehículo que conducía era de una cilindrada que superaba por 500 al mío. Este comentario fue el que le mencionó a mi madre (que iba con ellos) mientras corría a no mas de 100 km/h como acordamos antes de partir (aunque la verdad sea dicha él no la respetó a cabalidad en el transcurso del viaje). Por mi parte y al pasar por fuera del poblado de “El melón” comencé a notar algo extraño en el auto y es que si pisaba a fondo el acelerador el auto tendía a “chuparse”, pero no le di mayor importancia en su momento, pero al cabo de unos minutos, a eso de las 9:30 hrs. en la cuesta anterior al peaje de “El Melón” el auto comenzó a perder fuerza y fue así como bajé a cuarta y luego a tercera y posteriormente a segunda y seguía perdiendo fuerza y en ese momento advertí que no pasaría esa cuesta, razón por la cuál me hice a un lado y estacioné en la verma en el kilómetro 127.
En un principio las sospechas recayeron directamente sobre un recalentamiento del motor, lo que me hizo llamar vía celular (bendito invento del hombre!) al mecánico para que remotamente me socorriera en esta desventura. De acuerdo a mis indicaciones del problema su diagnostico fue igual al que habíamos determinado nosotros, por tanto la recomendación fue dejar el auto unos 20 minutos en reposo y luego retomar el viaje.
Mientras tanto, mi tío, mi madre, mi tía y sus hijas ya habían pasado el peaje y decidieron hacerse a un lado a esperar que yo apareciera por el pórtico de pagos, más no dejó de extrañarles que me tomara tanto tiempo subir la cuesta anterior. Fue entonces que recibieron uno de mis llamados alertando del problema en el que me encontraba y que esperasen a que retomara el camino. Tras esperar un tiempo razonable intenté en vano seguir, si bien el motor prendía y parecía no tener problemas, al momento de pedirle que se moviera este no reaccionaba. Entonces un segundo llamado fue recibido en el otro auto solicitando su ayuda, razón por la cual debieron devolverse y volver a pagar el peaje respectivo.
Una vez llegados, mi tío hizo el amague de mirar al interior del motor como si de esto algo entendiera, una idea que tontamente tenía en mi cabeza, más no tardó en sacarme de mi error al decirme que para él los temas mecánicos eran tan equivalentes al “japonés” como lo eran para mí, lo que en rigor no era tan alejado de la realidad considerando que el auto era de dicha nacionalidad.
Ante esta disyuntiva y tras un pequeño alto en el camino para disfrutar de una merienda, la decisión fue remolcar con el auto de mis padres el mío hasta “La Ligua” y allí revisar con un mecánico cual era el daño y cómo repararlo.
Tras discutir el problema con la encargada del cobro del peaje, esta no nos autorizó a no pagar nuevamente por pasar, aún cuando le advertimos y demostramos que había pasado algún tiempo atrás por allí y ahora me remolcaban. Otra vez el peaje aquel. Anduvimos un rato y en la primera salida que mi tío encontró salió de la ruta pensando que era la entrada a “La Ligua” mas no era así y estábamos en Catapilco, unos 15 kilómetros antes. Ya allí preguntamos por un mecánico y luego de un rato dimos con uno, pero no estaba en su casa, sino en Santiago aquella mañana. Preguntamos por una segunda opción y tampoco encontramos nada y tras conversar con una vendedora de frutas del lugar, habríamos de saber que una gran parte del pueblo era “Testigo de Jehová”, razón por la que no trabajaban los Lunes (DUH!). Al pasar por fuera de la comisaría, un carabinero nos recomendó ir hasta la Ligua, ya que los mecánicos del sector no eran del todo “católicos” (DUH! Al cuadrado), pero el hecho de volver a la autopista y tirar el auto por 15 kilómetros más nos hizo insistir y fue así como nos sugirió adentrarnos 2 kilómetros en el pueblo y buscar mecánicos con mayor experiencia.
La fortuna comenzó inesperadamente a volcarse a nuestro favor. Ya para ese entonces daban las 13:00 hrs. En el Chile Continental y mi ánimo cada vez más bajo al punto de querer desear volver a la ciudad de la que tanto esperaba partir, pero aquello implicaba dejar sin vacaciones al resto de la familia (mi hijo incluido) por tanto desistí de aquellos pesimistas pensamientos y seguimos adelante. Encontramos pues un mecánico al fin, pero no tenía tiempo para ver el auto ni las máquinas adecuadas, así que tras un rápido vistazo nos dijo que la falla probablemente fuese eléctrica y que fuéramos definitivamente a la Ligua.
Al llegar al poblado de los dulces y los chalecos, dimos con un mecánico que parecía ser el indicado, pero ya daban las 14:30 hrs y estaba cerrando para ir a almorzar, por tanto si queríamos sus servicios debíamos volver a las 16:00 hrs. Metros más allá una vulcanización pareció ser nuestra salvación y en efecto así lo fue.
Tardó 30 minutos en almorzar, transcurso de tiempo que sirvió para que la familia en pleno se adentrase aún más en el poblado para buscar el almuerzo, unas empanadas para apalear el hambre mientras no se arreglase el problema. Fueron todos a excepción de mi sobrino, quién libró su propia aventura junto a unos “Max Steel”, mientras yo cerraba los ojos algunos momentos y de paso recargaba energías.
Lo que aconteció después fue la revisión de la correa de distribución, que pareció ser el meollo del asunto y claro, un engranaje era el problema, estaba gastado y éste no le entregaba la información al motor para que tomara fuerza y acelerara. Aquí se definió otro asunto: El repuesto no se encontraba en este pueblo, sino en La Calera, 70 kilómetros hacia Santiago. Tomé el auto de mi padre y dejé allí a todos y me embarqué en solitario hacia esta nueva desventura, cansado y malhumorado por la pérdida de tiempo, porque debíamos estar disfrutando del sol y la playa a estas horas del día.
Otro peaje más en “El Melón”. Aquella tarde ese auto ganó el premio al “cliente del mes”.
Ya en La Calera, 30 minutos después, noté que mi celular lo había dejado en el otro auto, por tal razón me encontraba incomunicado, Oh! Cuán cerca me sentí de entender al pobre de Jack y compañía!.
Encontré sin querer el celular antiguo de mi madre y esperanzado en que alguien notaría esto, me bajé con él en los bolsillos a preguntar por el repuesto (el malo lo traía en la mano). Primer local: No, “piñones” no trabajaba de la marca Daewoo. Aquello me hizo pensar que el nombre de la pieza era “piñón” y con esta convicción seguí adelante en mi nueva empresa. Tras preguntar en 5 distintos lugares de las tres cuadras que representaban el comercio de repuestos de autos en aquella ciudad, al fin di con uno y esto fue lo que pasó tras 10 minutos de espera a que me atendieran:
-Buenas tardes señorita, ando en busca de un “piñón” para un Daewoo Lanos- mientras le mostraba la pieza en cuestión.
-Ahhhh!, pero sabe qué? Eso no es na’ un piñón, es un “cigüeñal”!-
En aquel momento puse cara de circunstancia, mi verdad absoluta había sido puesta en “jaque”. Nunca el mecánico mencionó el nombre de aquel repuesto, sino que solamente me lo pasó y que le trajera otro igual a ese y el vendedor del primer local me dijo que era un “Piñón” y ciertamente (y no es por ser machista) mi instinto me decía que el vendedor estaba en lo correcto.
-Como sea que se llame, ¿Tiene el repuesto de esto?-
-Aers?- fue hacia la bodega y volvió con un repuesto de General Motors –Aers, veamossss… uno, dos,… catorce! Y este otro? Dos, cuatro… catorce dientes también!- mientras yo la admiraba por sus conocimientos en mecánica general –el diámetro es el mesmo, si! Este es el repuesto que usted está buscando!- me dijo con una convicción absoluta –De todos modos si no fuera puede venirs con la boleta y cambiarlo…-
-Ciertamente espero no tener que volver desde La Ligua, muchas gracias-
Luego de esta clase magistral de “mecánica uno”, quedé con la idea de que el repuesto era conocido efectivamente como “piñón”. Más tarde, al contar esta historia a mi tío, este me diría que el cigüeñal era el mecanismo del cual ese repuesto era parte, pero como ya dijimos líneas atrás (y varias para ser sinceros) su conocimiento de mecánica es igual o menor que el que yo ostento, así que habría de seguir por mucho tiempo con la duda al respecto.
Lo que aconteció durante mi ausencia es un tema del que no supe y que no quise tampoco saber, más os contaré que tras comprar el famoso repuesto busqué en vano un teléfono público para llamar a alguno de mis parientes varados en La Ligua y avisar que tenía el celular de mi madre (que no tenía minutos para llamar) y me pudieran ubicar en caso de necesitar algo más de La Calera antes de volver con ellos. Para aquel entonces ya eran las 16:30 hrs.
De vuelta en La Ligua (y de vuelta por el peaje famoso), tuvimos que esperar cierto rato para que el mecánico y todo su “Staff” terminaran lo que estaban haciendo y se juntaran cual “emergency room” a revisar a mi enfermito. Así pues, no fue sino hasta las 17:30 hrs. que no se dignaron a arreglar mi auto. Tras 30 minutos lograron hacerlo funcionar de manera que a primera vista parecía correcta, claro que hoy, una semana después aquello no me parece ciertamente. El chiste me costaría $20.000.- un alto precio por salir del apuro y correr (casi encolerizado) a los Vilos y comenzar a vivir las verdaderas vacaciones.
18:00 hrs y cual Eliseo Salazar tomé la 5 norte a no menos de 120 km/h. Esta vez sería yo quien iría delante por si otra complicación amenazara nuestro viaje “al infinito y más allá”. Finalmente esto no sucedió y cerca de las 19:30 hrs., estábamos llegando al poblado, no sin antes hacer un alto en la estación de servicios de la ruta para comprar algunas cosillas.
Con el atardecer a cuestas, no eran muchas las opciones a las que podíamos acceder, tampoco hacernos los interesantes, sólo queríamos encontrar una casa pronto y en un caso en particular, simple y sencillamente caer tirado en la cama y que ese maldito día terminase de una buena vez. Afortunadamente a la segunda intentona encontramos una casa acogedora y por un valor menor al que habíamos presupuestado. Algo bueno que sacásemos de aquella aventura.
Podemos decir en el epílogo de esta historia que los días que le siguieron a ese primer día de vacaciones fueron los más relajados y descansados de los últimos dos años de esta cruel y desdichada existencia y que la vuelta a la realidad de Santiago estuvo exenta de problemas, aún cuando demorásemos diez horas en llegar, pero aquello será tema de otra historia, de otro tiempo y otra distorsionada realidad.
“Si os ha gustado este estrambótico relato
Os sugiero que volváis a visitar este blog al rato.
No lloréis con amargura, ni sintáis desolación,
Mas temprano que tarde os volveré a sorprender
con una nueva actualización”
P.D.: Si acaso habéis encontrado extraño el relato de este cuentillo,
la respuesta la encontraréis en el hecho de haber leído durante
las vacaciones “El Hobbit”, he ahí el por qué de este formatillo,
por tanto ¡buenos días y buenas noches también!
Os sugiero que volváis a visitar este blog al rato.
No lloréis con amargura, ni sintáis desolación,
Mas temprano que tarde os volveré a sorprender
con una nueva actualización”
P.D.: Si acaso habéis encontrado extraño el relato de este cuentillo,
la respuesta la encontraréis en el hecho de haber leído durante
las vacaciones “El Hobbit”, he ahí el por qué de este formatillo,
por tanto ¡buenos días y buenas noches también!